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06 mayo, 2016

Depresión y Ansiedad: Mal de Muchos

¿Estás deprimido o ansioso? Contrario a lo que piensas no estás solo. Te sorprendería saber que esto es más común de lo que te imaginas. Cerca de un 10% de la población mundial está afectado por una o ambas de estas patologías.

Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre 1990 y 2013, el número de personas con depresión o ansiedad aumentó de 416 millones a 615 millones, lo que equivale a un incremento cerca de un 50% en el número de casos.

Estos trastornos cuestan a la economía mundial cerca de un US$1 billón al año tanto en forma directa como indirecta por el costo del tratamiento y la pérdida de la productividad asociada, respectivamente.

¿Cómo esto influye en mi?

La depresión y la ansiedad afectan significativamente todas las esferas de la vida de los individuos y suelen presentarse simultáneamente en muchos pacientes. Tristeza, desasosiego, falta de concentración, alteraciones del sueño, alteraciones del apetito, cansancio, debilidad, hiperreactividad, falta de energía, aislamiento, miedo o ideas perturbadoras son comunes en ambos trastornos.

Muchas personas brillantes y con un futuro a todas luces prometedor ven colapsadas sus vidas, carreras, estudios y relaciones interpersonales a causa de estos males, socavando su autoestima y llevándoles en los casos más extremos al suicidio.

A pesar que la ansiedad y la depresión son enfermedades tan comunes como la diabetes y la hipertensión, aún siguen siendo una causa de estigma y discriminación por parte de quienes no entienden o no aceptan que son enfermedades, que no constituyen un signo de debilidad, fracaso o incapacidad y que es preciso buscar ayuda de un experto.

¿Por qué me siento así?

Si bien es cierto que las adversidades, el estrés y el estilo de vida apresurado que llevamos son factores desencadenantes de crisis, no es menos cierto que hay implicaciones biológicas, genéticas y bioquímicas como lo evidencia el hecho de que muchas veces no hay un factor identificable como un pérdida o fracaso que pueda asociarse a las mismas.

La investigación científica ha demostrado que existe mayor riesgo de padecer ansiedad y depresión si tenemos antecedentes familiares, probabilidad que aumenta mientras más cercano es el parentesco de las personas afectadas. 

Un desbalance en la bioquímica cerebral también se encuentra asociado a estas patologías, en especial el neurotransmisor llamado serotonina cuyo déficit se asocia directamente a la depresión.

¿Qué puedo hacer al respecto?

1. Acepta que tienes un problema de salud mental que requiere atención de un profesional. Eres humano y por ende vulnerable. No debes sentirte culpable por ello. Es una enfermedad, no una derrota.

2. Determina la magnitud del problema y cómo éste afecta las diferentes facetas de tu vida.

3. Busca ayuda de un profesional de la salud mental. Es posible que un psiquiatra deba indicarte ansiolíticos o antidepresivos por un tiempo hasta que estés mejor. También es importante visitar un psicólogo que te ayude a organizar tus ideas, trabajar con tus conflictos y ayudarte a desarrollar la capacidad de afrontamiento ante la adversidad. Algunos cambios en tu estilo de vida como cambios de alimentación, ejercicio y actividades pueden ser de utilidad.

4. No te aísles. Busca refugio en tus seres queridos: familia, pareja, amigos o comunidad. Las redes de apoyo y la comprensión de los demás contribuyen significativamente en la recuperación de los pacientes.

5. Ten paciencia. La cura no ocurre de la noche a la mañana y pueden presentarse crisis recurrentes a lo largo del tiempo. No obstante, siempre hay solución si estás dispuesto a dar la pelea.

6. Cree en ti. Es posible tener una vida plena y salir airoso del proceso pero depende de ti y tu disposición a lograrlo. 


Recuerda que la vida no admite representantes

30 octubre, 2011

Empuja La Vaca

Un maestro de la sabiduría paseaba por un bosque con su fiel discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio de apariencia pobre, y decidió hacer una breve visita al lugar.

Durante la caminata le comentó al aprendiz sobre la importancia de las visitas, también de conocer personas y las oportunidades de aprendizaje que tenemos de estas experiencias.

Llegando al lugar constató la pobreza del sitio, los habitantes, una pareja y tres hijos, la casa de madera, vestidos con ropas sucias y rasgadas, sin calzado. Entonces se aproximó al señor, aparentemente el padre de familia y le preguntó: En este lugar no existen posibilidades de trabajo ni puntos de comercio tampoco, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?

El señor calmadamente respondió: amigo mío, nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte del producto la vendemos o lo cambiamos por otros géneros alimenticios en la ciudad vecina y con la otra parte producimos queso, cuajada, etc., para nuestro consumo y así es como vamos sobreviviendo.

El sabio agradeció la información, contempló el lugar por un momento, luego se despidió y se fue. En el medio del camino, volteó hacia su fiel discípulo y le ordenó: busque la vaquita, llévela al precipicio de allí en frente y empújela al barranco.

El joven espantado vio al maestro y le cuestionó sobre el hecho de que la vaquita era el medio de subsistencia de aquella familia. Mas como percibió el silencio absoluto del maestro, fue a cumplir la orden.
Así que empujo la vaquita por el precipicio y la vio morir. Aquella escena quedó grabada en la memoria de aquel joven durante algunos años.

Un bello día el joven resolvió abandonar todo lo que había aprendido y regresar a aquel lugar y contarle todo a la familia, pedir perdón y ayudarlos. Así lo hizo, y a medida que se aproximaba al lugar veía todo muy bonito, con arboles floridos, todo habitado, con carro en el garaje de tremenda casa y algunos niños jugando en el jardín.

El joven se sintió triste y desesperado imaginando que aquella humilde familia tuviese que vender el terreno para sobrevivir, aceleró el paso y llegando allí, fue recibido por un señor muy simpático, el joven preguntó por la familia que vivía allí hace unos cuatro años, el señor respondió que seguían viviendo allí.

Espantado el joven entró corriendo a la casa y confirmó que era la misma familia que visitó hace algunos años con el maestro. Elogió el lugar y le pregunto al señor (el dueño de la vaquita): ¿Cómo hizo para mejorar este lugar y cambiar de vida?

El señor entusiasmado le respondió: nosotros teníamos una vaquita que cayó por el precipicio y murió, de ahí en adelante nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas y desarrollar otras habilidades que no sabíamos que teníamos, así alcanzamos el éxito que sus ojos vislumbran ahora.

Todos nosotros tenemos una vaquita que nos proporciona alguna cosa básica para nuestra sobrevivencia la cual es una convivencia con la rutina, NOS HACE DEPENDIENTES, Y CASI QUE EL MUNDO SE REDUCE A LO QUE LA VAQUITA NOS PRODUCE.

No pretendamos seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. Vivimos dentro de una zona de comodidad donde nos movemos, y creemos que eso es lo único que existe. Todo lo conocido, cotidiano y fácil…

Tenemos sueños, queremos resultados, buscamos oportunidades, pero no siempre estamos dispuestos a cambiar. No siempre estamos dispuestos a transitar caminos difíciles. Busca cual es tu vaquita y aprovecha para empujarla por el precipicio.



¿Zanahoria, Huevo o Café?

Una hija se quejaba a su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro. 

Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra. 

La hija esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un bowl. Sacó los huevos y los colocó en otro bowl. Coló el café y lo puso en un tercer bowl. 

Mirando a su hija le dijo: “Querida, ¿qué ves?” “Zanahorias, huevos y café” fue su respuesta. La hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias. Ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. 

Humildemente la hija preguntó: “¿Qué significa esto, Padre?” El le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua fuerte, dura. Pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil. Su cáscara fina protegía su interior líquido. Pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café sin embargo eran únicos. Después de estar en agua hirviendo habían cambiado al agua. 

“¿Cual eres tú?”, le preguntó a su hija. “Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?” ¿Y cómo eres tú, amigo? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable? ¿Poseías un espíritu fluido, pero después de una muerte, una separación, un divorcio o un despido te has vuelto duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido? ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. 

Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor, tú reaccionas mejor y haces que las cosas a tu alrededor mejoren. 

¿Cómo manejas la adversidad? ¿Eres una zanahoria, un huevo o un grano de café?